Ilus de Michel |
El funambulista siente que la cuerda le atrae. Le llama la atención esa especie de inseguro baile, un baile sin pareja con una embaucadora melodía y unos pasos por elegir.
El funambulista, sin saberlo, elige ser funambulista.
El funambulista se afana a vivir encina de una cuerda, casi siempre floja y a gran distancia del suelo. Sobre ella se siente bien, es capaz de dar saltos, volteretas, andar en bici... Sobre ella la sonrisa le sale sola y se siente alguien distinto. Siente el riesgo y la adrenalina explota dentro de él. La inseguridad de la cuerda da seguridad a su persona.
El funambulista lleva zapatillas y nunca zapatos de tacón altos. Sabe que el resto del mundo anda con los pies en el suelo pero ese no es su medio.
El funambulista es aclamado por todos, a todos sorprenden sus peripecias pero todos los que le aplauden saben que es un ser extraño. Quizás ninguno quisiera ser un funambulista.
El funambulista comenzó a deslizarse en su cuerda floja con una red de protección. Se sentía seguro pues, ante algún imprevisto, siempre tenía un buen colchón para amortiguar el golpe. Un día, decidió quitar la red que le protegía y seguir viviendo en las alturas, en su cuerda floja, en su mundo particular, viéndolo todo desde arriba.
El funambulista sabe que en cualquier momento podrá caer; ya la red no la tiene, ni la podrá tener más.
Pero él es un funambulista, pudo haber sido un protector policía, un pucro barrendero, un divertido payaso, un salvador médico, un legal juez, un ladrón de poca monta, un ... pero él es un funambulista.
...
Y, mientras cae, en un viaje de segundos, sin red, sin aplausos, sin risas... el funambulista piensa que el suelo también podría haber sido una buena elección, otro estilo de vida totalmente diferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario