Comenzó siendo una pequeña lágrima, la misma de cada la mañana, a la que seguían todas las demás.
Se estaba conviertindo en un ritual.
A esa primera lágrima -e invariablemente- le precedía una sensación de ausencia, de pérdida, de desarraigo que le nacía en el estómago e iba directamente a su cerebro, tronándole con flashes del pasado, visiones del presente, sueños futuros. Y siempre acompañado de la extraña sensación de una deseada, pero a la vez, angustiante soledad.
Cerraba fuertemente los ojos pero, en ese vacío en el que se anclaba, se abría una pequeña mirilla a través de la cual todo aparecía desenfocado.
Huir ayudaría a no ver a través de esa mirilla.
Y huyó…tan lejos que lo olvidó todo.
Incluso olvidó quien era.
1 comentario:
Me gusta la imagen que has puesto. Una mirilla muy particular.
Vuelvo a lo anterior:
Chaleco antibalas Amalia.
máis biquiños.
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