Decidió mantener ese sentimiento en secreto. Sería suyo y de nadie más.
Pero la pasión cuando se enciende desata actos incontrolables y ya sólo podía dejarse llevar por la evidencia de sus impulsos.
Quiso saber qué tipo de mujer le gustaba a él hasta conseguir dibujar en su imaginario el aspecto de esa belleza por él ansiada.
En ello se puso a trabajar sin descanso hasta convertirse en aquella mujer de curvas finas, sonriente, recatada, estilosa, fuerte pero a la vez dulce con melena larga que él decía desear.
Y la deseó. Ella se dejó arrastrar.
Comenzó su nueva vida en el castillo de princesa del mejor cuento jamás contado al lado de su príncipe y a pesar de los mil dragones que acechaban la fortificación.
Allí se quedó un tiempo.
Mucho tiempo necesito para darse cuenta que nunca sería esa princesa, que él sólo se amaba a sí mismo y que el castillo, como el del mejor cuento jamás contado, era de arena fina.
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